Capítulo VII: "Intriga en Londres"

Capítulo VII

 

Con Luis Segreda bajo custodia, la amenaza que había acechado su negocio y su amistad parecía finalmente haber sido neutralizada.

La tensión que había estado apretando el pecho de Bernardo, Rafael y Julio durante semanas en Londres se disipó, dejando solo el alivio y el cansancio de haber superado una prueba peligrosa. El eco de los puños intercambiados en el almacén, las voces alzadas en la penumbra, y el arresto de Segreda parecían ahora un recuerdo lejano.

Los tres amigos, sentados en un pequeño salón en Londres, tomaron un momento para reflexionar sobre lo que habían vivido. Julio, con una copa de whisky en mano, rompió el silencio primero.

—Bueno, amigos —dijo, estirando las piernas y dejando escapar un largo suspiro—, si alguien me hubiera dicho que terminaríamos batiéndonos a golpes con una banda criminal en pleno Londres... le habría dicho que estaba loco. —Sonrió, levantando su copa—. Pero puedo decir que nos hemos ganado una buena historia para contar.

Rafael, que estaba jugueteando con un vaso casi vació, levantó la mirada hacia sus amigos, su rostro mostraba una mezcla de cansancio y alivio.

—Sí, una historia para contar —dijo con tono más reflexivo—, aunque dudo que quiera volver a estar tan cerca de la muerte. La próxima vez, Bernardo, podrías considerar ser el señuelo, ¿no? —bromeó, levantando una ceja.

Bernardo, quien había estado observando la ciudad londinense a través de la ventana, se giró con una leve sonrisa. Siempre había sido el más sereno, pero incluso él sentía el peso de lo vivido.

—La próxima vez —respondió, alzando su copa en un gesto de brindis—, intentaré que ninguno de los dos, terminen ensangrentados. Pero ya sabes cómo va esto... siempre habrá otra aventura. —Hizo una pausa, su sonrisa se amplió—. Aunque, por mi parte, prefiero que la próxima no involucre criminales ni almacenes sombríos.

—¡Amén por eso! —exclamó Julio, riendo mientras chocaba su copa con las de sus amigos—. ¡Por el whisky, las peleas y nuestra maldita terquedad!

La carcajada conjunta rompió la tensión final que aún flotaba en la sala. La aventura en Londres no solo había puesto a prueba su ingenio y su valentía, sino también la amistad que los unía desde hacía tantos años. Y, aunque esta última se había fortalecido, todos sabían que la vida no volvería a ser exactamente como antes.

Habían cambiado, madurado. Pero al mismo tiempo, se sentían más unidos que nunca.

 

De vuelta en San José, la vida comenzó a retomar su cauce habitual.

El bullicio del cuartel y el eco de las marchas militares volvieron a ocupar los días de Bernardo, mientras que Rafael retomó el timón de los negocios en Costa Rica, supervisando la exportación de Café Victoria con una energía renovada. Julio, por su parte, continuó representando la compañía en Inglaterra, ahora más decidido a expandir la marca en territorio europeo.

El éxito del negocio siguió prosperando, y aunque los tres amigos se encontraban en distintos haberes, el vínculo que compartían seguía intacto. 

La experiencia vivida en Londres no solo había salvado su empresa, sino que les había demostrado que juntos podían superar cualquier obstáculo que la vida les pusiera enfrente.

 

Días después de haber regresado a Costa Rica, Bernardo y Rafael se encontraron en una elegante velada de la alta sociedad josefina. El salón de baile estaba adornado con luces doradas y cortinas de terciopelo, mientras las figuras más influyentes de San José danzaban al ritmo de una orquesta. Las risas, las conversaciones animadas y el suave crujido de los vestidos llenaban el aire.

Bernardo, ataviado con su impecable uniforme militar de gala, se apoyaba en una columna, observando el salón de baile con una sonrisa serena. Aunque saludaba a conocidos, su mente parecía vagar en otro lugar, tal vez en los eventos recientes en Londres o en los futuros desafíos por venir.

—Pensando en nuestra próxima jugada? —preguntó Rafael con una sonrisa astuta mientras se acercaba con una copa en la mano.

Bernardo, girando la cabeza, sonriendo de vuelta.

—Algo así —respondió, dejando que su mirada regresara al centro de baile—. Londres fue una sacudida... pero también una lección. Hemos salido más fuertes, pero creo que lo mejor está por venir.

Rafael tomó un sorbo de su copa y se acercó, su expresión reflejando una mezcla de nostalgia y ambición.

—Eso seguro. He estado pensando en nuestros próximos negocios, especialmente en el mercado de Estados Unidos. Si logramos consolidar nuestra presencia allá, Café Victoria podría ser imparable. —Rafael alzó las cejas con entusiasmo—. ¿Te imaginas? Tiendas en Nueva York, Boston... ¡O el algodón en Nueva Orleáns! El potencial es enorme.

Bernardo soltó una pequeña risa, impresionado por la visión de su amigo.

—Siempre pensando en lo grande, Rafael. Pero no te culpo. Hemos demostrado que podemos adaptarnos a cualquier situación. Si pudimos enfrentarnos a Segreda y salir ilesos, estoy seguro de que podemos conquistar cualquier mercado.

Rafael codeó y miró a su amigo con determinación.

—Julio ya está moviendo algunas piezas en Londres, y con su habilidad para negociar, podríamos usar esos contactos para abrir más puertas en Europa. El comercio internacional está creciendo, y si jugamos bien nuestras cartas, podríamos estar exportando mucho más algodón y café en los próximos años.

Bernardo avanzaba lentamente, sus pensamientos volviendo a girar en torno al futuro.

—Tienes razón. La clave será diversificar. No podemos depender solo de un mercado o de un producto. Pero primero, necesitamos asegurar una base sólida aquí en Costa Rica. Expansión controlada, pero con la vista puesta en lo grande.

Rafael lo miró, sonriendo con aprobación.

—Esa es la actitud. Y no hay mejor equipo para lograrlo que nosotros tres. Julio puede ser un idiota algunas veces —dijo con una sonrisa burlona—, pero sabe lo que hace. Entre los tres, creo que podemos manejar cualquier cosa que venga.

Bernardo soltó una carcajada.

—Es verdad, la visión que tienes, Julio con su habilidad para los negocios y yo manteniéndolos a raya, no veo cómo podríamos fracasar.

Rafael rió también, levantando su copa en un brindis.

—Por lo que hemos superado y por lo que está por venir. Estoy seguro de que esto es solo el principio. ¡A conquistar el mundo, amigo!

Bernardo chocó su copa con la de Rafael, la sonrisa en su rostro reflejaba tanto satisfacción como ambición.

—¡Por el futuro! —respondió, antes de dar un sorbo y mirar de nuevo al baile, sabiendo que su próxima aventura no estaría en las calles de Londres, sino en las grandes ciudades y mercados del mundo.

Y así, mientras el bullicio del salón continuaba y la música resonaba en el aire, los dos amigos compartieron un momento de camaradería y ambición. Sabían que los desafíos seguirían llegando, pero también que, juntos, podrían enfrentar lo que fuera. 

El café era solo el comienzo; el mundo estaba esperándolos.

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