Capítulo V: "Intriga en Londres"
Capítulo
V
El día siguiente comenzaba con una discusión
animada en la oficina de Julio en Londres.
Miguel, con su habitual tono sarcástico,
recriminaba a Bernardo y Rafael por haber pasado la noche cerca de Whitechapel, un barrio conocido por su
peligrosa reputación.
—¿Whitechapel? ¿En serio? —dijo Julio,
cruzándose de brazos mientras lanzaba una mirada acusadora—. ¿Acaso querían
compañía amorosa o qué? Ese no es precisamente el lugar más adecuado para un
paseo nocturno.
Bernardo, que estaba limpiando su abrigo aún
mojado por la niebla, sonrió con una chispa de ironía en los ojos antes de
responder:
—No te proyectes, Julio —dijo en tono burlón—.
Digo, debes conocer bastante bien la zona, ¿no? Con todo ese tiempo que llevas
aquí solo… No me digas que no has paseado por Whitechapel en busca de un poco
de "compañía".
Julio, visiblemente incómodo, sintió cómo sus
mejillas se calentaban. Balbuceó excusas, sin saber muy bien cómo defenderse de
la insinuación.
—No, no… yo… yo solo he pasado por ahí… ya
sabes, cosas del trabajo —dijo, intentando sonar convincente mientras miraba a
Rafael, como buscando apoyo—. Y además, ¡no siempre tengo tiempo para esas
cosas! Estoy… muy ocupado con… con todo esto, los negocios y demás.
Rafael no pudo contener una carcajada, y
Bernardo se limitó a levantar una ceja, disfrutando del momento en que Julio intentaba salir de la vergüenza.
—Claro, claro —respondió Rafael entre risas—.
Ocupadísimo, me queda clarísimo.
Julio bufó y cambió rápidamente de tema,
avergonzado de seguir siendo el blanco de las bromas.
A pesar del tono relajado, la conversación pronto
volvió a centrarse en un asunto mucho más serio.
Los amigos estaban decididos a descubrir quién
había estado detrás del atentado contra Rafael y Bernardo. A medida que
investigaban más a fondo, la respuesta no tardó en llegar, y con ella, un
nombre que les resultaba muy familiar: Luis Segreda Soto.
El solo mencionar su nombre tensó la atmósfera
entre ellos.
—¿Luis Segreda? —preguntó Bernardo, frunciendo
el ceño—. ¿Qué demonios hace ese hombre aquí?
Julio, revisando unos documentos que habían
encontrado, se recostó en su silla, cruzando los brazos sobre su pecho.
—Parece que el buen Luis está jugando sucio otra vez —comentó con sarcasmo—. Pero no te preocupes, Bernardo. No eres el único que tiene enemigos en Costa Rica —añadió, mirando de reojo a Rafael con una sonrisa burlona—. Rafael aquí también tiene los suyos.
Rafael, que ya estaba harto de las bromas,
lanzó un suspiro exasperado.
—Eres un idiota, Julio —dijo sin rodeos,
mientras Bernardo asentía con una sonrisa cómplice—. Aunque sí, Segreda ha
estado detrás de mis negocios desde hace años. Me ganó una concesión en México
por poco, pero yo terminé consiguiendo un contrato mejor poco después. Apuesto
a que nunca me lo perdonó.
Bernardo, siempre pragmático, dio un paso al
frente.
—Eso explicaría muchas cosas —murmuró,
rascándose la barbilla—. Si Segreda está aquí, probablemente ha venido con la
intención de hundirnos. Sabemos cómo opera, y no se va a detener hasta que
tenga lo que quiere.
Luis Segreda era conocido por sus tácticas poco
ortodoxas y despiadadas en el mundo de los negocios. La competencia entre él y
Rafael había sido feroz durante tiempo, y la rivalidad entre ambos era un tema
recurrente en las discusiones de los comerciantes en Costa Rica.
Ahora, parecía que Segreda había seguido a sus
viejos rivales hasta Londres, con la clara intención de arruinar sus planes.
—Bueno, amigos, parece que no estamos solo
lidiando con problemas en los negocios. Segreda está dispuesto a usar cualquier
medio para destruirnos —dijo Julio, cerrando de golpe una carpeta de
documentos—. Y no me sorprendería que estuviera detrás del ataque en Whitechapel.
Decididos a no dejarse intimidar, Bernardo,
Julio y Rafael se dirigieron a uno de los mejores detectives privados de la
ciudad, un hombre astuto y con reputación de resolver los casos más difíciles:
el inspector Donald F. Thompson.
Su oficina, situada en el barrio de Bloomsbury,
estaba repleta de archivos y recortes de periódicos, un reflejo de su vasta
experiencia en el campo de la investigación.
Thompson, un hombre robusto, barba rojiza prominente, de mirada
penetrante y con un marcado acento del que ahora se conoce como scouse,
los recibió con una ligera inclinación de cabeza y un puro de tabaco colgando
del borde de sus labios.
—Así que tienen problemas con un tal Luis
Segreda, ¿eh? —dijo en un inglés poco legible para Bernardo, mientras encendía
su cigarro con calma—. He oído hablar de él. Un latino que llegó hace poco, ambicioso
y sin demasiados escrúpulos, por lo que me han contado. Si está aquí, en
Londres, les aseguro que no ha venido a disfrutar del fish & chips.
—Precisamente —respondió Rafael, tomando
asiento frente al escritorio del detective—. Creemos que ha estado saboteando
nuestros negocios. Además, sufrimos un ataque en las calles hace unos días, y
no sería una locura pensar que él está detrás de todo.
Thompson dejó escapar una bocanada de humo y
asintió lentamente, pensativo.
—Este tipo de tácticas no son infrecuentes en
el mundo de los negocios, sobre todo cuando hay tanto en juego —dijo, clavando
su mirada en Bernardo—. La clave es saber qué tan lejos está dispuesto a
llegar. Por lo que describen, este hombre no tiene muchas líneas que no cruce.
Bernardo asintió, manteniendo la mirada firme,
aunque no había comprendido nada de lo que decía Thompson.
—Necesitamos pruebas de que está detrás de todo
esto —dijo con determinación—. No podemos simplemente acusarlo sin más.
Thompson sonrió, dejando entrever que
disfrutaba de este tipo de desafíos.
—No se preocupen, caballeros. Con un poco de
tiempo y los contactos adecuados, podemos desenmascarar a este Luis Segreda. Pero,
si vamos a hacer esto, será a mi manera, y eso significa jugar con astucia. —dijo,
apagando su cigarro y acercándose un poco más—. Y es que si este hombre ha
venido a Londres a jugar, debemos asegurarnos de que salga perdiendo.
—Creemos que podemos arreglar eso —respondió
Rafael con una sonrisa torcida—. Después de todo, no sería la primera vez que
le damos una lección.
Con la ayuda de Thompson, el plan para
descubrir y enfrentar a Segreda comenzaba a tomar forma. Pero sabían que
cualquier movimiento en falso podría costarles no solo sus negocios, sino
también sus vidas.
Los jóvenes salieron a las calles para buscar
un local y poder comer.
—Julio, Rafael ¿qué fue lo que dijo ese hombre? —preguntó confundido Bernardo, aún intentando descifrar el acento del detective…
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