Capítulo V “Entre Pasiones y Promesas: la Historia de Bernardo y Alejandra”

 


Capítulo V 

 

El romance entre Alejandra y Bernardo, lleno de encuentros prohibidos y promesas inconclusas, de pronto se vio sacudido de manera inesperada.

Aquella pasión que había sido un refugio de libertad y amor, pronto se convirtió en un problema que sería imposible de ocultar.

En agosto de 1884, Alejandra descubrió que estaba embarazada. La noticia, lejos de traer esperanza, encendió los miedos en su corazón. Sabía que aquel hijo era de Bernardo, el hombre que amaba, pero también era consciente de que las consecuencias de ese embarazo podrían ser desastrosas.

Al tener la seguridad de su embarazo, Alejandra no dudó en acudir a Bernardo.

En medio del miedo y la angustia, encontró en él el apoyo que siempre había tenido, y juntos comenzaron a planear y materializar lo que surgía en sus largas conversaciones: escapar.

Alejandra no concebía la idea de criar a un hijo ajeno en un hogar que no deseaba, bajo la mirada fría de Don Ernesto Flores. Para ella, la huida con Bernardo representaba no solo una posibilidad de salvación, sino también de vivir el amor que siempre habían soñado, lejos de los rumores y las restricciones sociales que los sofocaban.

—No podemos seguir esperando, Bernardo —dijo Alejandra con la voz temblorosa, su mano descansando sobre su vientre aún plano—. Ya no es solo por nosotros... ahora hay alguien más.

Bernardo la miró con una mezcla de asombro y preocupación.

Estaban sentados en la sala de la misma pequeña casa que solía ser su refugio, pero ahora, con la revelación del embarazo, todo parecía más real, más urgente.

—Lo sé, Alejandra —respondió él, tomando su mano con suavidad—. Esto cambia todo... pero no cambia lo que siento por ti. No podemos perder más tiempo.

Alejandra asintió, aunque sus ojos reflejaban el temor que sentía. No era solo el miedo a ser descubiertos, sino también al futuro incierto que los esperaba si escapaban. No había forma de saber qué les depararía el destino.

—¿Y si mi esposo se entera antes de que podamos irnos? —preguntó, su voz apenas un susurro. Sabía que su esposo no era un hombre fácil de engañar, y aunque había hecho la vista gorda hasta entonces, la noticia de un embarazo ajeno sería imposible de ignorar.

Bernardo apretó su mano con más fuerza, como si quisiera transmitirle toda la seguridad que sentía. Pero incluso él sabía que la situación era más que difícil.

—Nos iremos antes de que eso suceda —respondió, con una convicción que no dejaba espacio para dudas—. Haré algunos arreglos. Tengo amigos en San José y Limón que nos pueden ayudar a salir del país hacía Londres. Mi primo Juan tiene un hogar allá, el me lo facilitará. No será fácil, pero prefiero enfrentar cualquier peligro que quedarme aquí y perderte.

Alejandra lo miró, sintiendo una mezcla de gratitud y tristeza.

Sabía que Bernardo estaba dispuesto a arriesgarlo todo por ella, pero también sabía que huir significaba dejar atrás su hogar, su familia, y enfrentarse a un futuro lleno de inseguridad.

—¿Y si... y si no logramos salir? —preguntó ella, con su voz quebrándose.

Bernardo la miró con firmeza. —¡Deja de pensar así!, si nos quedamos aquí, lo perderemos todo. Esto es una oportunidad, muy pequeña, pero nuestra. Prometo que haré todo lo que esté en mis manos para que salga bien.

Alejandra tomó aire, tratando de calmar el miedo que la invadía. Era una decisión que cambiaría sus vidas para siempre, pero sentía que no tenían otra opción.

—Entonces, hagámoslo —dijo finalmente, sus ojos encontrando los de Bernardo—. Nos iremos. Pero no lo hago solo por mí... lo hago por nuestro hijo. Él no merece una vida de sufrimiento y desprecio.

Bernardo la abrazó con fuerza, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también la determinación de proteger a la mujer que amaba y al hijo que venía en camino.

Mientras se abrazaban, los dos sabían que el tiempo jugaba en su contra. La sociedad que los observaba, los rumores que los devoraban, y el peligro ya habían dado su veredicto. Pero, por primera vez en mucho tiempo, tenían un plan, y aunque incierto, les daba una esperanza.

El plan de fuga se desarrolló en secreto. Alejandra preparaba en silencio su partida, sabiendo que aquel sería un viaje sin retorno. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por mantener la discreción, Don Ernesto, siempre atento y calculador a los movimientos de su esposa, decidió intervenir.

Hombre astuto, se dio cuenta instantáneamente de lo que estaba sucediendo y de la verdadera paternidad del hijo que Alejandra llevaba en su vientre. Para Ernesto, aquello no era solo una infidelidad, era una afrenta directa a su honor y una humillación que no estaba dispuesto a tolerar.

Tampoco podría permitirse el escándalo que supondría la fuga de su esposa con otro hombre, y mucho menos el impacto que tendría en su reputación.

Movido por una mezcla de orgullo herido y estrategia, Ernesto Flores decidió tomar cartas en el asunto antes de que la situación se le escapara de las manos. En lugar de recurrir a la confrontación directa, que solo habría avivado un escándalo, decidió proponerle a Alejandra un trato inesperado.

Un día, cuando Alejandra alistaba sus pertenencias para su futura fuga, Ernesto la confrontó en la intimidad de su casa.

Alejandra estaba la sala principal de su hogar, organizando algunas cosas para su partida, cuando escuchó los pasos de Don Ernesto acercarse. El sonido de sus botas resonó con fuerza, haciéndola detenerse en seco.

Al darse vuelta, lo vio entrar con una expresión indescifrable, pero sus ojos fríos revelaban que sabía más de lo que ella había imaginado.

—Alejandra —comenzó Ernesto Flores, con una calma inquietante en su voz—, creo que ya es momento de que hablemos.

Alejandra sintió un escalofrío recorrerle el cuerpo. Sabía que la confrontación inevitable había llegado, pero lo que no esperaba era el tono casi calculado con el que él hablaba. Se quedó inmóvil, sus ojos buscaban una salida, pero sabía que no había escapatoria en ese momento.

—He notado tus... ausencias, tus silencios —continuó Ernesto, sin prisa—. No soy un hombre ciego ni ingenuo. Y lo que estás planeando... bueno, no es difícil de adivinar, eres joven y tonta. No sabes disimular.

—¿De qué hablas? —respondió murmurando Alejandra—. Envuelvo unas cosas antes de partir donde mis padres, sabes que...

Alejandra intentó continuar, pero las palabras se le atoraron en la garganta. Él avanzó un paso más, y su voz, aunque baja, estaba cargada de tensión.

—Sé que el hijo que llevas no es mío, es obvio —dijo con una frialdad que le heló el alma—. Pero escucha bien lo que te voy a proponer.

Alejandra lo miró, sus ojos se encontraban brillantes de angustia. Cada palabra de Ernesto caía como un peso sobre ella, pero lo que dijo a continuación la sorprendió.

—No haré un escándalo —continuó—. No me interesa exponerme, ni a ti ni a ese muchacho Guardia. Lo que me interesa es mantener mi reputación y el control sobre esta situación. Si te quedas aquí, a mi lado, criando a ese hijo como si fuera mío, todo seguirá como hasta ahora. Nadie tendrá que saber la verdad.

Alejandra lo miró con incredulidad. No podía creer lo que estaba escuchando. Por un momento, pensó que Ernesto había perdido la razón, pero su mirada fría y calculadora le indicó lo contrario. Esto no era una concesión, era una trampa.

—¿Y qué ocurre si me niego? —preguntó finalmente, su voz temblando.

—Si te niegas... —Ernesto hizo una pausa, caminando lentamente a su alrededor—. Si intentas huir con ese jovencito, me aseguraré de que no puedan ir a ningún lugar. Destruiré todo lo que a él le importa, y te quedarás sin nada. No habrá refugio para ustedes. La sociedad, Alejandra, es más despiadada de lo que crees. Y yo, tengo el poder suficiente para aplastarlos.

Alejandra sintió que el suelo bajo sus pies se desmoronaba. No había escapatoria. Aunque la familia de Bernardo era prácticamente la dinastía gobernante del país, él era apenas un retoño que podrían eliminar fácilmente. Las palabras de Ernesto se clavaban en su corazón como dagas, y el peso de la realidad la aplastaba.

El futuro que había soñado con Bernardo parecía desmoronarse ante sus ojos, y el hijo que llevaba en su vientre se convertiría en prisionero de un hombre sin amor, solo interesado en el poder.

—No tienes otra elección, Alejandra —dijo Ernesto, acercándose con sarcasmo en su rostro—. Quédate aquí. Juega el papel de dama respetable. Prometo que el niño que llevas dentro será criado como mío. Necesito un heredero y no soy tonto, sé que no puedo tenerlo por mi cuenta.

Ernesto extendió su mano para esperar una respuesta positiva.

Alejandra apartó la mirada, las lágrimas luchando por salir se contuvieron. La esperanza que había guardado tan celosamente durante todo ese tiempo comenzaba a desvanecerse. Sabía que Ernesto no era un hombre que hablaba en vano. Si ella escapaba, las consecuencias serían devastadoras no solo para ella y Bernardo, sino también para su hijo. Estaba atrapada, y lo sabía.

Ella reunió el valor para mirar a su esposo directamente a los ojos. La esperanza y la valentía, aunque en desventaja, iniciaron una lucha decisiva contra la inseguridad, el miedo y la desesperación. Sin embargo, esos temores y angustias resultaron ser más poderosos que los sueños e ilusiones que tenía con Bernardo.

Aceptando la mano de Ernesto en un modo de resignación, de derrota, dio su respuesta.

—Lo pensaré —murmuró, aunque ambos sabían que ya había sido vencida—. Lo haré…

Ernesto asintió con una leve sonrisa de triunfo, y sin decir más, dio media vuelta y salió de la habitación, dejándola sola con su dolor y su desesperación.

Alejandra quedó paralizada por la propuesta. Había esperado gritos, recriminaciones, tal vez incluso violencia, pero en lugar de eso, Ernesto le ofrecía una solución que, aunque insólita, le permitía evitar el escándalo y salvar la reputación de ambos.

Sin embargo, esa oferta venía con un alto costo. Permanecer al lado de un hombre que no amaba, sabiendo que su hijo nunca conocería a su verdadero padre, la desgarraba por dentro. Aun así, la propuesta de Ernesto tenía una lógica que Alejandra no podía ignorar. En una sociedad tan rígida como la de Costa Rica en el siglo XIX, una mujer que escapaba con su amante no solo se condenaba a sí misma, sino también a su familia.

Enfrentada a esta decisión imposible, Alejandra se dio cuenta de que no podía huir. El peso de la realidad, la presión de las convenciones sociales y el temor al futuro la obligaron a aceptar el trato de Ernesto.

Sabía que quedarse significaba renunciar al amor de su vida, pero también comprendía que, de esa manera, protegería a su hijo del estigma de la ilegitimidad y le ofrecería una vida en apariencia respetable.

Con el corazón roto, Alejandra se reunió con Bernardo una última vez.

Bernardo llegó con una expresión de preocupación, notando la seriedad en el rostro de Alejandra. Al verla, se le rompió el corazón, sintiendo la angustia que ella intentaba esconder.

En un encuentro cargado de dolor y despedidas, le explicó lo sucedido y le pidió que se alejara de ella y de su hijo.

—Alejandra, ¿estás lista? —preguntó con voz temblorosa, acercándose para tomar sus manos—. Ya tengo todo arreglado para irnos pronto.

Ella apartó la vista, sintiendo cómo las lágrimas amenazaban con brotar. Quitando sus manos del frente y con voz entrecortada, comenzó a hablar.

—Bernardo, tengo algo que decirte... —dijo, esforzándose por mantener la compostura—. No puedo seguir con esto.

Bernardo frunció el ceño, sintiendo un nudo en el estómago. El temor se instaló en su mente.

—¿De qué hablas? —insistió—. ¿Qué pasa?

Alejandra respiró hondo, buscando las palabras correctas para transmitir el dolor que sentía.

—Don Ernesto ha descubierto lo que está pasando —comenzó—. Me ha propuesto un trato... Si me quedo con él, criará a nuestro hijo como propio. A cambio, debo abandonar cualquier idea de un futuro contigo.

Bernardo se quedó paralizado. Sus ojos reflejaban el shock y el dolor que sentía.

—¿Qué? —preguntó, su voz quebrada—. ¿Estás diciendo que te vas a quedar con él?

—No tengo otra opción —dijo Alejandra, con lágrimas corriendo por sus mejillas—. Si intento algo, él destruirá todo lo que tenemos. Me aseguró que si me quedo, criara a nuestro hijo como suyo y evitará cualquier escándalo. No puedo permitir que mi hijo sufra por culpa de nuestras decisiones.

Bernardo cerró los ojos, tratando de controlar sus emociones. La sensación de pérdida era abrumadora.

—Pero, Alejandra, ¿qué pasara con nosotros? —preguntó, con voz rota—. ¿Qué pasa con nuestro futuro?

—No hay futuro, Bernardo —respondió ella—. Lo que teníamos, lo que soñamos, nunca fue posible. Mi prioridad ahora es proteger a mi hijo.

Bernardo la miró, sus ojos llenos de dolor y resignación. Se acercó, envolviéndola en un abrazo que parecía ser el último refugio de su amor.

—Te amo, Alejandra —susurró—. Siempre te amaré. Aunque no entiendo por qué haces esto, si comprendo el peso de nuestros errores.

Alejandra se aferró a él, llorando en torso. Sabía que este adiós era definitivo, que estaban sellando su destino con cada palabra.

—Perdón, Bernardo —dijo, su voz apenas un susurro—. Perdóname por no poder mantener aquella promesa y seguir nuestro camino juntos.

Bernardo la miró por última vez, con su corazón roto en pedazos. Llorando, se apartó lentamente, sabiendo que era el final. Con una última mirada cargada de amor y tristeza, se dio la vuelta y comenzó a alejarse, dejándola en el parque que había sido testigo de su amor.

Alejandra se quedó sola, el viento acariciando su rostro mientras observaba a Bernardo alejarse. La sensación de pérdida y resignación la envolvía, pero también sabía que había tomado la decisión correcta, por dolorosa que fuera.

Su vida continuaría en un camino que nunca había elegido, pero al menos, su hijo tendría una oportunidad de crecer sin las preocupaciones del escándalo que ella evitó.

El sol se ponía en el horizonte, marcando el final de un capítulo en su vida.

Comentarios

Entradas populares