Capítulo II: "Intriga en Londres"

 


Capítulo II

 

Con el paso de los días, Bernardo se acomodó en su nuevo papel como escolta personal del expresidente José María Castro Madriz. La residencia de los Castro se llenaba de historias y memorias, un eco constante del pasado político de Costa Rica. Allí, las paredes estaban adornadas con retratos de antepasados y eventos históricos, y cada rincón parecía susurrar secretos de un tiempo en que el país luchaba por encontrar su identidad.

Un día, mientras se preparaba para la llegada de su próximo huésped, un joven de edad similar a la suya, Rafael Yglesias Castro, llegó a la residencia.

A primera vista, Rafael era un muchacho de apariencia atractiva, porte serio, nariz aguileña, con una mirada vivaz y una energía que contrastaba con la solemnidad de su abuelo. Sin embargo, en su rostro había un rastro de desconfianza que no pasó desapercibido para Bernardo.

—Ah, así que eres el nuevo escolta de mi abuelo —dijo Rafael, su tono era amistoso, pero había un matiz que delataba su incomodidad. Ya conocía de antemano el apellido de aquel joven militar y la historia de la familia Guardia siempre había estado marcada por la controversia, y el recuerdo de su abuelo Tomás Guardia, quien lo había exiliado a Talamanca unos años atrás, aún pesaba en su memoria.

Bernardo, consciente del legado que cargaba, decidió ignorar la tensión inicial. Con una sonrisa diplomática, respondió:

—Es un placer conocerlo, Rafael. Soy el teniente Bernardo Guardia Segura. He oído hablar mucho de ti.

Rafael asintió, pero su mirada permaneció fija en Bernardo, como si intentara leer más allá de su exterior.

Con el tiempo, las visitas de Rafael a la residencia se hicieron más frecuentes. Cada vez que llegaba, su inquietud era palpable. Iba a ver a sus abuelos con el pretexto de asegurarse de que estuvieran bien cuidados, pero lo que realmente buscaba era verificar la presencia del teniente.

A pesar de su renuencia inicial, comenzó a notar que Bernardo no era la amenaza que había imaginado. Era un joven serio y respetuoso, que se movía con la elegancia de alguien que sabía que cada paso contaba.

—¿Te gusta el café? —preguntó Bernardo un día, rompiendo el hielo mientras compartían una taza en el jardín.

—Me encanta —respondió Rafael, relajándose un poco.

A medida que pasaban las semanas, los dos jóvenes comenzaron a compartir más que simples charlas. Con cada encuentro, se forjaba una conexión más profunda, despojando a sus familias de los pesares que el pasado había dejado. Sus risas resonaban entre las paredes de la residencia, como si los ecos de la historia pudieran, por un momento, desvanecerse.

Una tarde, mientras los nuevos amigos compartían unas tazas de café, tras una intensa discusión sobre los nuevos ideales liberales que proponía el presidente, Bernardo se sintió lo suficientemente cómodo como para compartir un secreto.

—Rafael, tengo que contarte algo. ¿Conoces a Ernesto Flores, el dueño de los comercios Flores y Flores?

—Claro que lo conozco, es un señor muy rico y poderoso en Heredia y Alajuela, aunque no es de mi agrado.

 —El hijo que espera la esposa de Ernesto Flores... en realidad es mío.

Rafael, sorprendido, dejó caer su taza, escupiendo el café que salpicó la mesa. Pero el joven, en lugar de incomodarse, su sorpresa fue seguida por risa.

—¿Qué? ¿Cómo lograste enredarte con semejante belleza? —preguntó entre risas, su tono ligero suavizaba la gravedad de la confesión.

Bernardo, sintiendo una mezcla de alivio y camaradería, sonrió.

—La conozco desde hace muchos años, Rafael. Ella debió ser mi esposa y no la de él —expresó Bernardo, tratando de mantener la postura—. El asunto es, ¿Te importa más su apariencia que lo que acabo de confesar?

—Bueno, no todos los días conozco a alguien que se enreda con una mujer casada y hermosa.

Los dos comenzaron a reírse, liberando la preocupación de Bernardo y las bromas de Rafael.

—Ella es más que eso, amigo… créeme.

Esa conversación no solo profundizó su amistad, sino que también creó un lazo de confianza entre ellos. Rafael dejó de lado sus reservas, y su relación se convirtió en una alianza genuina.

 

Con el paso del tiempo, los jóvenes, con la ambición de construir un futuro próspero, comenzaron a invertir en pequeños emprendimientos. Descubrieron que las propiedades de Bernardo en Alajuela y Bagaces ofrecían un potencial enorme para la exportación de café y algodón.

—Imagina, Bernardo —exclamó Rafael un día, mientras revisaban los planes en el estudio de Bernardo—. Con el café, podríamos establecer una conexión directa con Inglaterra. Y con el algodón, podríamos expandirnos a Norteamérica. Hay un mercado ávido esperando por nosotros.

Bernardo asintió, su entusiasmo creciendo con cada palabra de Rafael. La visión que compartían era clara: el deseo de dejar su huella en el mundo y alejarse del peso del pasado. Así, entre reuniones, risas y una creciente amistad, ambos jóvenes comenzaron a soñar con un futuro brillante.

Las noches de baile se convirtieron en ocasiones regulares, y juntos comenzaron a asistir a los eventos sociales más destacados de la ciudad. Sus miradas cómplices eran más que notorias entre su círculo de amistades. No eran necesarias las palabras para suponer lo que pensaba el uno o el otro.

Era un tiempo de descubrimiento en la juventud de ambos, donde cada paso en los salones de baile también representaba un paso hacia una vida llena de oportunidades y desafíos.

Sin embargo, mientras sus vidas se entrelazaban más, el pasado continuaba acechando. La relación de Bernardo con Alejandra seguía en su mente, y el duelo por aquel amor seguían avistando sus recuerdos. Por eso, la amistad con Rafael ofrecía un respiro, pero la incertidumbre sobre su futuro personal seguía pesando en su corazón.

Así, en el trasfondo de la euforia juvenil y las promesas de un nuevo comienzo, la vida de Bernardo continuaba siendo un delicado equilibrio entre el deber, el amor y la ambición. Pero una cosa era clara: la amistad con Rafael sería un pilar en la vida del joven militar.

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