La Locura de Marlon


En el pequeño y apacible barrio donde crecimos en el centro de la capital, Marlon era conocido por su silencio y su aire enigmático. Un amigo peculiar, reservado, pero fiel a quienes lograban penetrar su caparazón. Sin embargo, todo cambió aquella fatídica noche en que decidimos jugar con la ouija. Éramos un grupo de adolescentes, buscando emociones en lo prohibido, ignorantes de las fuerzas que estábamos a punto de desatar.


La sesión comenzó como un juego inocente, entre risas nerviosas y luces titilantes. Pero cuando fue el turno de Marlon, algo en el aire se tornó gélido. Sus ojos, por un breve instante, parecieron vacíos, como si la vida hubiera sido arrancada de ellos. Sufrió un desmayo, breve pero perturbador, y al recobrar el sentido, algo en él había cambiado.


Los días siguientes fueron inquietantes. Marlon se aisló completamente, encerrándose en su habitación, negándose a vernos o hablar con nosotros. Cuando finalmente salió, su semblante era el de un extraño. Sus palabras eran incoherentes, fragmentos de un palabras que ninguno de nosotros podía comprender. Parecía murmurar nombres y lugares que nos eran desconocidos, como si su mente vagara en un mundo ajeno al nuestro.


Pasaron los meses, y la inquietud se convirtió en temor. Marlon, una sombra de su antiguo ser, parecía consumido por algo que lo corroía desde adentro. Sus ojos, antes llenos de curiosidad, ahora reflejaban un abismo insondable. No éramos capaces de ayudarlo, y nuestra impotencia solo alimentaba el horror que sentíamos.


Una noche, el silencio del barrio fue roto por un grito desgarrador. Marlon salió corriendo de su casa, desnudo y clamando por auxilio, sus palabras un torrente de desesperación. Sus ojos, desorbitados, reflejaban un terror que ninguno de nosotros podía comprender. Esa fue la última vez que lo vimos realmente como Marlon.


Desde entonces, se ha convertido en una figura esquiva, perdida en los laberintos de su mente. Habla de visiones de mundos más allá del nuestro, de entidades malignas que susurran secretos prohibidos. Sus palabras, aunque incoherentes, destilan un conocimiento que trasciende la comprensión humana.


Nosotros, sus amigos, vivimos con la certeza de que aquella noche con la ouija se abrió una puerta que nunca debió ser cruzada. Marlon es ahora un receptáculo de horrores incomprensibles, un recordatorio viviente de los peligros de buscar en lo prohibido. Y nosotros, como meros testigos de su transformación, nos quedamos con la inquietante pregunta: ¿qué precio pagamos por nuestra curiosidad?

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