Fantasma del Cementerio de Cartago



En una noche opaca y sin estrellas en Cartago, cinco amigos decidieron que sería emocionante y ventajoso entrar al antiguo cementerio central para robar figuras de yeso que adornaban algunas de las tumbas más antiguas y olvidadas. Los jóvenes, movidos por la adrenalina y las historias de terror locales, pensaron que sería fácil vender esas estatuas en el mercado negro de antigüedades.


A la medianoche, armados con linternas y cajas grandes de madera, se adentraron entre las viejas lápidas. El viento soplaba frío y las sombras parecían moverse con ellos. Cada estatua que desprendían de su lugar parecía observarlos con ojos vacíos, pero la codicia superaba cualquier temor inicial.


Tras varias horas, cuando estaban por abandonar el lugar con sus pesados botines, una figura pálida apareció entre la neblina. Era una mujer de aspecto antiguo, vestida con un ropaje desgastado por el tiempo. Su rostro, aunque sereno, tenía una expresión de profundo dolor y sus ojos parecían llorar lágrimas invisibles. Los jóvenes, paralizados por el terror, escucharon su voz quebrada:


"Devuelvan lo que no les pertenece... antes de que el alba toque las montañas..."


Ignorando la advertencia, corrieron hacia la salida, cada uno con su botín a cuestas. Pero desde esa noche, sus vidas no volverían a ser las mismas.


En los días siguientes, cada uno de los jóvenes experimentó sucesos inexplicables: sombras en las esquinas de sus casas, susurros al anochecer, y la sensación constante de ser observados. Uno de ellos, llamado Luis, juró ver a la mujer del cementerio reflejada en su espejo, susurrándole palabras ininteligibles justo antes de que el vidrio se agrietara.


El miedo se apoderó del grupo. Intentaron deshacerse de las figuras, pero cada intento terminaba en fracaso. Las estatuas reaparecían misteriosamente en sus hogares, como si estuvieran atadas a ellos por una fuerza sobrenatural.


Desesperados, los jóvenes decidieron que la única salida era devolver las estatuas a sus respectivas tumbas. Una noche, regresaron al cementerio, cada paso resonando con el eco de sus corazones palpitantes. Colocaron las figuras exactamente donde las habían tomado, pero una de ellas, la de un ángel lloroso, parecía no tener lugar de origen claro.


Fue entonces cuando la aparición se manifestó nuevamente, esta vez más clara, revelando una tumba sin nombre que había sido ocultada por la maleza. Con manos temblorosas, colocaron el ángel sobre la tumba. La figura de la mujer apareció una vez más, dándoles una última mirada de agradecimiento antes de desvanecerse en la bruma.


Desde esa noche, la paz regresó a la vida de los jóvenes. Sin embargo, el recuerdo de aquella experiencia los marcó para siempre. Aprendieron el valor del respeto por los muertos y las historias que cada tumba podía contar. Nunca más volvieron a hablar del incidente, pero cada uno sabía que algo de aquel espíritu seguía con ellos, como un recordatorio silencioso de la noche en que el pasado reclamó lo que era suyo.

Comentarios

Entradas populares